sábado, 12 de abril de 2014

El principito, XXV



--Los hombres -- dijo el principito -- se encierran en las prisas, pero no saben a dónde van ni lo que quieren... Entonces se agitan y dan vueltas en redondo…

Ambos quedamos en silencio por mucho tiempo.
-- ¿Y vos sabés a dónde irás cuando arregles tu máquina?—continuó diciendo el principito.
-- No lo sé aún. Lo primero es salir de este desierto. —dije apuradamente aun con el perno y el martillo en las manos.
-- ¿Para qué querés salir del desierto?
-- Para irme a cualquier otro lugar.
-- ¿Y para qué querés ir a cualquier otro lugar?
 -- Para aprender, supongo—le contesté contagiado por sus preguntas.
-- ¿Y para qué querés aprender?
-- Para enseñarle a otros más.
-- ¿Es decir, a los amigos?— dijo el principito, casi sonriendo.
-- Sí, puede ser. Creo que mientras aprendemos y enseñamos, nos vamos volviendo amigos.
Ya con una sonrisa entera en su rostro, suspiró nostálgico y lanzó:
--¡Ah! Es parecido a lo que mi amigo el zorro llama “domesticar” y lo que a mí me pasa con mi rosa.

-- ¿Y para qué querés que otro aprenda?—retomó el principito algo que quería preguntar hacía ya un buen rato.
-- Para que puedan enseñar también.
-- ¿Pero qué es lo que aprenden y enseñan?—dijo el principito, un poco mareado.
-- Eso no importa. Con el solo hecho de aprender y enseñar es suficiente.-- dije soltando el perno y el martillo.-- Y, además, mirá… --hicimos una pausa y contemplamos nuestro alrededor--. Hay todo todavía por aprender.
-- Hay todo todavía por aprender… -- repitió el principito, para no olvidarse. 


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