sábado, 12 de abril de 2014

El principito, XXV



--Los hombres -- dijo el principito -- se encierran en las prisas, pero no saben a dónde van ni lo que quieren... Entonces se agitan y dan vueltas en redondo…

Ambos quedamos en silencio por mucho tiempo.
-- ¿Y vos sabés a dónde irás cuando arregles tu máquina?—continuó diciendo el principito.
-- No lo sé aún. Lo primero es salir de este desierto. —dije apuradamente aun con el perno y el martillo en las manos.
-- ¿Para qué querés salir del desierto?
-- Para irme a cualquier otro lugar.
-- ¿Y para qué querés ir a cualquier otro lugar?
 -- Para aprender, supongo—le contesté contagiado por sus preguntas.
-- ¿Y para qué querés aprender?
-- Para enseñarle a otros más.
-- ¿Es decir, a los amigos?— dijo el principito, casi sonriendo.
-- Sí, puede ser. Creo que mientras aprendemos y enseñamos, nos vamos volviendo amigos.
Ya con una sonrisa entera en su rostro, suspiró nostálgico y lanzó:
--¡Ah! Es parecido a lo que mi amigo el zorro llama “domesticar” y lo que a mí me pasa con mi rosa.

-- ¿Y para qué querés que otro aprenda?—retomó el principito algo que quería preguntar hacía ya un buen rato.
-- Para que puedan enseñar también.
-- ¿Pero qué es lo que aprenden y enseñan?—dijo el principito, un poco mareado.
-- Eso no importa. Con el solo hecho de aprender y enseñar es suficiente.-- dije soltando el perno y el martillo.-- Y, además, mirá… --hicimos una pausa y contemplamos nuestro alrededor--. Hay todo todavía por aprender.
-- Hay todo todavía por aprender… -- repitió el principito, para no olvidarse. 


sábado, 14 de julio de 2012

Dama del alba

Mirá que lo intenté todo, todo, todo. Haga lo que haga, no puedo volver a soñar.
 Yo estaba cayendo firmemente como una pluma. Ella
intentaba darme la mano para salvarme, pero no la abracé. Fue una caída libre, de un cielo gris cada vez más lejano, de manotazos de ahogado, de mera caída, de caída pura, solo reventando contra la liviana resistencia del éter. Entre un mundo y otro, con un ojo abierto y  otro cerrado, pensé amargamente: “¡Qué boludo! ¡Cómo me fui a morir así!”
Estoy desesperado. He consultado a brujos, psicoanalistas, médicos, abogados, sacerdotes,  amigos, familiares, animales. Nadie sabe qué decirme. Todos lo solucionan con una resignada palmadita y un humillante “Ya va a pasar, pibe”. Imbéciles, tan acostumbrados a no soñar, les resulta un hecho trivial y hasta risueño.
Aquí la tengo a la etérea mujer, durmiendo a mi lado. Le narré mi desolación  y no hizo más que venir volando a esperanzarme. Escuchó mi llanto con preocupación, zarandeó la nariz y los labios, y me dijo que iba a mover cuanto contacto pudiera. Le dije que se duerma primero.  El plan es claro: certificaré si en sueños dice mi nombre y de esta manera comprobaré si por allá todavía ando vivo. Con sensibilidad anacrónica, esquiva y pestañeante, aceptó con un beso que es como la firma de un contrato de incondicional aplauso a mis locuras. Entonces se deja vencer por el sueño. Me concentro en cada ruidito del ambiente. Pero el silencio me llena los oídos sordamente. Me pierdo contando sus pestañas e intentando descubrir en esa numerología secretos arcaicos. Mi viajera de corazón de pájaro negro duerme con un pincel como broche de pelo. Libero su belleza y acaricio, dibujo con el pincel su rostro  intentando retratar, reinventar, redescubrir o recuperar su soñada arquitectura. Y me parece que su armonía ya le he diseñado, incluso antes de conocerla en la vigilia. Yo suspiro despierto y, por un azar que no busco comprender, ella dormida también suspira. Me inclino a su majestad. Juego con sus cabellos y gracias a esos renglones  afluentes me siento hipnotizado. Me acuesto. Nos tapo. En nuestra cueva me siento seguro, como en un cosmos mutuo, personal y simultáneo, recientemente creado. Oliéndome cerca, me abriga los hombros como un pulóver. Cierro los ojos e intento recuperarla. No lo logro, es una herejía. Su boca, como una tentación pecaminosa, está abierta. Su aliento me suspira provocaciones imantadas. No puedo refrenarme y me precipito. La beso y me refugio. La beso y me detengo. La beso y me resguardo. Y es ahí, en sus labios, adentro suyo, cuando creo que vuelvo a soñar, cuando me entiendo que el beso es una resurrección.

jueves, 31 de mayo de 2012

Tanzt, tanzt, sonst sind wir verloren


A Georgina Seva




Danza, danza, mi amiga, de lo contrario estaremos perdidos. Danza porque la torpe palabra nunca llega a decir lo que quiere decir. Danza porque mi lengua toca superficies demasiado vanas. Danza, bailarina, porque estás viva. Danza para dar vida. Porque danzan dos cuerpos amándose, danzan dos cuerpos queriéndose, danzan dos cuerpos odiándose.
¡Que danza y música, colores complementarios, socios infranqueables, se hermanen y que descifren totalmente la realidad! Bailen y líbrennos de los automatismos cotidianos; sumérjannos en estados de inconsciencia, de no saber, de levitación, de silencio, y que en ese silencio podamos encontrar lo que necesitamos expresar y no podemos. Danza porque así pacificas la guerra, borras las fútiles diferencias y nos conectas en nuestra profundidad más humana. Danza, mi hermosura, en cualquier parte, y contagia a todos cuantos puedas; reparte tu arte, tu felicidad,  porque en ese acto recóndito estas salvando el mundo.
 Desde lejos –si es que el espacio existe cuando bailás-, te veo subir a la escena. El espacio, las miradas, el tiempo y los latidos se doblan a tu alrededor, y giran frenéticamente, y bailan acompasadamente. Y ahí está, protagonista de un acto divino, religioso, suprasensible. Sabe que el rumor de su grandeza ha corrido por los rincones y que de todas partes vienen a adorarla. Digna reencarnación de Astarté, los espectadores presentes, que son todos los espectadores, se tuercen en sus asientos, se hincan y se agolpan. Danza, mi ídolo, y grabarás tu encanto en el recuerdo inmemorial. ¿Miran sus brazos serpentear, miran sus ojos hipnotizándonos, miran su cuerpo flameando? Se mezclan los colores en una secuencia confusa, harto estimulante. Corre, vuela, es libre y salta hacia lo más alto. Se balancea como el arco de un violín, zapatea como un tambor. Sus piernas dibujan en el telón el más admirable cuadro. La punta de sus dedos escribe en el tablado palabras nunca antes dichas, palabras que son música, danza y pintura. Las luces siempre saben quién es el iluminado; a ella la persiguen y la elevan en su belleza. Y todos la ven ahí, inalcanzable y eterna, construida con sabia arquitectura y precisa escultura. Danza, mi queridísima, y que el teatro entero se prenda fuego, danza aunque el mundo entero se prenda fuego. A vos nada te va a pasar, los artistas flotan sobre todos los demás y son protegidos como enviados celestiales. Olvida la predecible técnica, la interesada Academia, la fría mecánica antes probada y reprobada. Cierra los ojos, sumérgete en la consciencia total, conéctate con tu alma que allí reside la verdad. Improvisá y creá lo que nadie creó, o lo que todos creamos. Ella no danza por el aplauso y para la crítica, ella danza para la sonrisa de quien la mira, la admira.
Ella se escondió. Las luces se apagan; ella bajó del escenario. El público se sube a los asientos para estar a su altura, aplaude devotamente y clama por más. Lloran algunos, otros se muerden los labios, incrédulos. Reina la sonrisa, los viejos odios de uno y cada uno son borrados. Cuando salen, el público se abraza en uno solo abrazo.
Pero esperá, no te vayas. Quiero decirte, mi amiga, cuánto te quiero, pero con las palabras no puedo. Vení, vamos juntos: bailemos.








miércoles, 16 de mayo de 2012

Fabula de la paloma y los gorriones


La paloma se encuentra encerrada en su jaula. Fieros gatos intentan atacarla infructuosamente. Una enorme mano anónima abre su fortaleza varias veces al día. Ésta provee migajas y sorbos de agua; a veces,  un palomo estatua. También provee artesanales palos para que la paloma se entretenga y haga sus monerías.
 Un día, la paloma mira más allá de sus barrotes y sólo divisa el aplastante techo de cartón.
Ve un ruido. Escucha una luz.
Los gorriones vuelan de a dos, de a tres, en bandada. Comen lo que encuentran azarosamente. Beben la lluvia. Algunos viven; muchos mueren. Cantan, ríen y lloran. Saborean, se agitan y se curan. Buscan. Vuelan. Viven.
Aquel día, los gorriones, arriesgándose, se infiltraron e intentaron liberar a la paloma. Y la paloma sorprendida  gritó: “¡Auxilio! ¡Qué alguien me dé una mano, por favor!”



Fabula leída por un anarquista: “La fabula muestra que el Estado encarcela al hombre y que con la anarquía se alcanzan las más altas virtudes humanas. ¡Revolución!”
Fabula leída bajo gobierno dictatorial: “La favula muestra que el govierno nos da todo lo que necesitamos, que ahí que combatir al henemigo hextranjero y delatarlo. ¡Zurdos de mierda!”
Fabula leída por un devoto: “La fabula muestra que Dios ha construido un mundo de perfectas y ordenadas formas que no tienen por qué ser perturbadas”
Fabula leída por una conforme ama de casa: “La fabula muestra que así como estamos, estamos bien. ¿Para qué arriesgarnos a cambiar?”
Fabula leída por una disconforme ama de casa: “La fabula muestra que solo saliendo de casa se vive.”
Fabula leída por un platónico: “La fabula de la jaula es una sombra del mito de la caverna”
Fabula leída por un televidente: “La fabula muestra lo que muestra. ¿Cuándo entraron los gorriones? ¿Y después qué pasó? ¿De quién es la mano? ¿Los gatitos dónde se pueden comprar?”
Fabula leída por  un artista: “Volar, mas nunca estar atado. Vivir, mas nunca sobrevivir.”
Fabula leída por un lector modelo: “La fabula muestra que hay solo dos formas de vivir: Sobrevivir o vivir. Encerrado y seguro, o inseguro y libre. Saciar las necesidades, cerrar los ojos, repetir, aceptar pasivamente o arriesgarse a buscar, sentir, vivir.”
Fabula leída por usted, mi amigo lector: “La fabula muestra que…”

martes, 1 de mayo de 2012

Los amantes

Habitación 6 de un hotel de media categoría. Jamás habíamos ido a uno y esta novedad motivaba una distracción permanente. Los botones en la pared, los juegos de luces, la televisión, la radio, la ducha, el baño; todo representaba un juego. Mientras exploraba la graciosa perspectiva que le reflejaba un espejo, corrí atrás suyo sigilosamente, la alcancé, la tomé por la cintura y le susurré cualquier estupidez o le pedí que se quede para siempre conmigo. Nos venció la alegría. Rodamos de alegría. Por la alfombra, por las paredes, por los espejos y por la cama. Nos mordíamos las orejas y los cuellos como dos cachorritos que juguetean y se provocan y se torean. En una conversación de cuerpos amándose, dominándose, venciéndose, ganándose. Nos rasguñábamos acompasadamente y en ese pentagrama se escribía una música de ternura, de espera acabada, de incontenible amor contenido. Nuestras pieles –o nuestras sábanas, da igual- nos abrigan como una fogata en el medio de la jungla; nos frotamos como las dos piedritas que se friccionan para encender aquella fogata. Navegamos por aguas de sábanas, y los remos eran brazos, y las remadas eran caricias, como las suplicantes caricias de los remos al mar para que el barco entero pueda avanzar. Y nos ahogamos en nuestras propias aguas, y nos rescatamos el uno al otro más de cien veces. Nos sumergimos hasta el fondo para buscar el paraíso perdido. Nos ensuciamos en el intento, pero nos limpiamos animalmente, primitivamente, y lo volvimos a intentar. En ese cooperar mutuo nos desenvolvimos. Yo la tocaba con la concentración que un artesanos moldea sus vasijas por primera vez y para siempre. Pretendo ser un pobre Pigmalión, pero nada tengo que ver yo con esa escultura, pertenece a artesanos de la altura de Vulcano y sus hermanos. La veo bañarse enorme, amazónica, imponente, majestuosa, solemne, inmaculada. Y yo soy Acteón, y ella es Diana. Y no importa si recibiré el castigo después y si mis propios perros me devorarán por mi herejía. Estoy ahí besándola y ella está ahí besándome. Ella me justifica y yo justifico su existencia; no se necesitan terceros hombres y terceras mujeres. Solos los dos. Y el cosmos es esa habitación. Y somos Adán y Eva. Afuera no hay nadie; hemos silenciado al universo. No hay afuera ni adentro. No hay recuerdos, ni viejas fragancias, ni olvidados rostros. Cerramos los ojos o abrimos los ojos y seguimos estando nosotros dos. Y la sensación es dulce o salada, salada como el olor de su nuca traspirando en los segundos previos al episodio fatal, aquel que decidirá si nos conocemos de vidas pasadas, si nuestras almas se recuerdan y extrañan, si uno puede meterse adentro del otro y el otro meterse adentro de uno para protegerse de cualquier catástrofe, si nuestras diferentes cuerdas afinadas en el mismo tono vibran ante la misma nota. Y el recital es exitoso y sus músicos sienten que están ante su actuación más inolvidable. Acompasados y acompañados seguimos un ritmo tenue, grácil, ligero, parejo, frenético, delirante, animal, extasiado. Y nos alimentamos de nuestras frutas para nada prohibidas, sino regaladas, obsequiadas, vivificantes y dadoras de vida. Nos completamos en nuestra concavidad y convexidad, en nuestra lógica de rompecabezas. Y en cualquier movimiento nuestras geometrías se adaptan y abrazan. Nuestros cuerpos se saludan con la alegría que produce encontrarse a un amigo por la calle que hace mucho no se ve. Las pieles se derriten, se baten y se mezclan: producen una sustancia para siempre completa. Y seguimos rodando en ese mar. Y seguimos acariciándonos con la tranquilidad de las olas aterciopeladas, olas de una noche de verano. Y la veo bañarse. Y yo soy Acteón, y ella es Diana. Y ya no hay diferencias, y ya somos misma sustancia. Y envisto a Pasifae con brusquedad. Soy como un fiero comandante gobernando su carro con sus lanzas y su aljaba, y mis riendas son sus cabellos y hombros, y penetramos en sierras de terciopelo que cambian su forma a nuestra llegada. Y nos besamos al revés en un jadeo desgarradoramente excitante. Y nuestras lenguas luchan, se vencen, se destrozan y se reconcilian, se revuelcan traviesos y se yerguen desafiantes, se vencen y se ganan para luego hacerse cosquillas y mimarse. Y en un momento dado nosotros mismos nos paramos o arrodillamos en la cama, miro hacia arriba pero no veo los hilos del titiritero. Y nos miramos fijamente, y nuestras miradas tiemblan como una luna en el agua y no pueden mantenerse fijas. Ella sonríe, luego yo sonrío. En esa detenida escena bailamos. Y nos miramos y bailamos. Y giramos y bailamos. Y nuestros cuerpos serpentean. Y nuestros cuerpos vuelven a escalarse. Y llegamos a la cima más alta, más buscada, más esperada, más inmemorial. Un envidioso sonido del teléfono nos avisa que nuestro tiempo se acabó. Nuestro tiempo se acabó. Empieza el tiempo que los otros nos proponen, los muertos, los aburridos, los normales, los demás. Nos vestimos, pero nosotros seguimos vivos. Ya la ropa no nos pertenece, ya la odiamos, ya la despreciamos, ya no la necesitamos. Nos vestimos entre caricias, molestándonos con pellizcos, empujándonos como niños que se quieren y no se animan a confesarlo o a descubrirlo. Cerramos las cortinas, bajamos el telón. Las luces se apagan. Soledad sale de la habitación que recordaré cada noche. Doy un vistazo por última vez a esa habitación, a esa cama. La tenue luz que entra desde afuera la ilumina. Grabo para siempre en mis pupilas el cuadro que pintamos en las sábanas. Voy a amarte todos los días.

sábado, 21 de abril de 2012

Biograph

Biografía de Federico Nicolás Salvá:
(1991- cualquier año)








Nació  el año en el que Mercury murió, el último día del mes de Juno, de Junio Bruto o de la juventud, debatiéndose, sin decidirse aún, entre la vida y la muerte; en un olvidado barrio de La Matanza, que no inocentemente tiene sangriento nombre.
Su vida cotidiana se desarrolla con los triunfos y las derrotas que sufre y goza cualquier otro. Fue el primogénito de un padre taxista, que pudo ser más si la traición y la falta de apoyo no lo hubieran atacado, y de una madre ama de hogar que sobre todo ama. Una familia de modesta clase media teñida por las consecuencias típicas de su clase; las mañanas cansablemente repetidas y el dinero justo y necesario. Una hermana sanguínea lo acompaña en esta solitaria vida. Su virtud es la belleza y la gracia actoral, pero las mediocridades y normalidades de la época todavía la dominan y no la dejan explotar. Reconoce que el peso de sus padres nunca fue aplastante. No sintió su motivación ni su condena. No digamos que siempre se sintió solo, sino  libre e independiente.
Quince fueron los años en los que pasó su infancia y su juventud en el Instituto Juan Manuel de Rosas (espacio que su abuelo materno ha sabido construir en gran parte). Un inquieto comportamiento lo distinguió. En sus primeros años fue temido, pero luego desarrolló algunas astucias que lo hicieron famoso entre los suyos, despertando sentimientos de odio y amor parejos. Defendido y atacado, protegido y rechazado con la misma fuerza, la supervivencia lo ha llevado a desarrollar una personalidad pública y otra privada; un apodo y un nombre propio. La primera será nombrada por la gracia, la simpatía, la risa, la mentira, la verborragia, la poligamia, el cariño y el rechazo, las costumbres de los de su generación. La segunda; por la sinceridad, el silencio, la intimidad, la escritura y la lectura, el llanto, el culto a una sola mujer, el amor de los que lo conocen, el arte, el intelecto.
Prefiere el día a la noche, lo privado a lo público, la soledad a la compañía, el silencio al ruido, la escritura a la lectura, la risa al llanto, la caricia al golpe, ayudar a que lo ayuden, el odio a la indiferencia, lo anormal a la normalidad.
De Cortázar aprendió que no llegar a ser nunca un adulto es un logro, pero trae sus consecuencias; de Erikson, que quien tuvo una infancia prolongada es un virtuoso artística e intelectualmente, pero un inmaduro en materia de sentimientos. Se reconoce cobarde, profundamente tímido. Si es un líder, lo es silencioso y prefiere repartir el poder a centralizarlo. Se asquea de las personalidades de dictadorcito, macho alfa y líder. Prefiere la sugerencia a la orden.
Si se hubiese entrenado y el azar y el interés lo favorecieran, podría haberse dedicado al fútbol. Si el egoísmo lo hubiese dominado, sería abogado. Si hubiese sido constante, sería músico. Si soportara el aburrimiento y el silencio, podría haber sido psicólogo. Pero decidió dedicar su vida a una tarea más noble; decidió enseñar, liberar y contagiar. Sólo puede contagiar lo que ama y esto es la literatura.
A finales de la década del 10’ comienza a estudiar el profesorado de Castellano, Literatura y Latín en el Institutito Superior Joaquín V. González. Se destaca en literatura, filosofía, las monografías, análisis literario, la puesta en escena. En años anteriores recibe el diploma del Instituto de Cultural Inglesa. Los idiomas son, quizás, su punto intelectual más débil.
La gente lo desilusiona, pero jamás deja de confiar y de amar. Con los niños, los abuelos y los animales tiene un incondicional apego; el problema son los del medio.
Sus trabajos hasta el momento fueron pocos, pero disimiles. Ha sido peón de albañil en un caluroso verano; ha dado clases particulares a sus círculos cercanos. Ha cobrado entradas en festivales deportivos; ha trabajado en una oficina haciendo burocracia y multiplicando inútilmente papeles intrascendentes.
Su vida es una larga gimnasia de la inconstancia. Poco en ella se mantiene: la amistad o el amor de una mujer, el amor por la literatura o el arte y la simpatía por un club de fútbol.
Antes que la literatura ejerció la música bajo la forma de la guitarra y el piano. Fue un virtuoso en la primera y no se sabe muy bien qué en la segunda (la inconstancia fue llamativamente constante). Lo deleitan el arte del más grande músico: Mozart, la genialidad de Beethoven, la virtud de Bach, la pasión de Wagner, la velocidad de Paganini, la dulzura de Debussy y la ternura Yiruma. Por una mujer conoció el nacional tango; admira a los grandes. La música metal, el virtuosismo y su furia, lo ocupan cotidianamente. 
El amor y el culto a la mujer son dos de sus ocupaciones más características. Los períodos de su vida fueron marcados y nombrados por nombres propios. Quizá ha amado solo a una mujer y, ya perdida, la busca en las demás.
Se dice que jamás ha tenido un día aburrido, ni siquiera un momento. Quien tiene alma de artista vive la vida con entusiasmo; ve cuadros en cada escena, escucha música en cada voz y danza en cada parpadeo. La sensibilidad y la desautomatización en la que lo entrenó el arte es el secreto de su felicidad íntima.
A la literatura no la conoció a través de la biblioteca de su padre, ni por la institución escolar, ni por ninguna de esas predilectas ilusiones. En el largo camino de frágiles identidades, imitaciones y admiraciones y reprobaciones que es la adolescencia, la amistad con su mejor rival y su amigo más parecido lo ha conducido a este descubrimiento. Los primeros libros que compró fueron Utopía de Tomás Moro y La Ilíada de Homero. El primero que leyó por su voluntad fue  El anticristo de Nietzsche. Su propia literatura fue creada por la lectura de Borges, Virgilio, Camus, Rulfo, Saramago, Unamuno, Lovecraft, Poe, Kafka. A su pesar, por profunda ignorancia e imitación, prefiere el canon occidental y sus clásicos exponentes. De los contemporáneos reconoce las significativas habilidades de Auster y Berger. Su filosofía fue influenciada por Nietzsche, Sartre, Heidegger, Ortega y Gasset. Le fascinan el nombre de los presocráticos, de Platón, Foucault, Hegel, Freud, Schopenhauer, Kierkegaard.
Si hay un momento en el que un hombre se reconoce a sí mismo, Salvá lo experimenta cuando visita por primera vez la biblioteca Grand Splendid, a la edad de los 15 años. Más tarde sabría que un teatro había degenerado en biblioteca. A partir de este acontecimiento la actuación y la literatura se convierten en dos grandes pasiones diarias.
Se debate todos los días entre un destino mediocre o un destino de grandeza.