A Georgina Seva
Danza, danza, mi amiga, de lo contrario estaremos perdidos.
Danza porque la torpe palabra nunca llega a decir lo que quiere decir. Danza
porque mi lengua toca superficies demasiado vanas. Danza, bailarina, porque
estás viva. Danza para dar vida. Porque danzan dos cuerpos amándose, danzan dos
cuerpos queriéndose, danzan dos cuerpos odiándose.
¡Que danza y música, colores complementarios, socios infranqueables, se hermanen y que descifren totalmente la realidad! Bailen y líbrennos de los automatismos cotidianos; sumérjannos en estados de inconsciencia, de no saber, de levitación, de silencio, y que en ese silencio podamos encontrar lo que necesitamos expresar y no podemos. Danza porque así pacificas la guerra, borras las fútiles diferencias y nos conectas en nuestra profundidad más humana. Danza, mi hermosura, en cualquier parte, y contagia a todos cuantos puedas; reparte tu arte, tu felicidad, porque en ese acto recóndito estas salvando el mundo.
Desde lejos –si es que el espacio existe cuando bailás-, te veo subir a la escena. El espacio, las miradas, el tiempo y los latidos se doblan a tu alrededor, y giran frenéticamente, y bailan acompasadamente. Y ahí está, protagonista de un acto divino, religioso, suprasensible. Sabe que el rumor de su grandeza ha corrido por los rincones y que de todas partes vienen a adorarla. Digna reencarnación de Astarté, los espectadores presentes, que son todos los espectadores, se tuercen en sus asientos, se hincan y se agolpan. Danza, mi ídolo, y grabarás tu encanto en el recuerdo inmemorial. ¿Miran sus brazos serpentear, miran sus ojos hipnotizándonos, miran su cuerpo flameando? Se mezclan los colores en una secuencia confusa, harto estimulante. Corre, vuela, es libre y salta hacia lo más alto. Se balancea como el arco de un violín, zapatea como un tambor. Sus piernas dibujan en el telón el más admirable cuadro. La punta de sus dedos escribe en el tablado palabras nunca antes dichas, palabras que son música, danza y pintura. Las luces siempre saben quién es el iluminado; a ella la persiguen y la elevan en su belleza. Y todos la ven ahí, inalcanzable y eterna, construida con sabia arquitectura y precisa escultura. Danza, mi queridísima, y que el teatro entero se prenda fuego, danza aunque el mundo entero se prenda fuego. A vos nada te va a pasar, los artistas flotan sobre todos los demás y son protegidos como enviados celestiales. Olvida la predecible técnica, la interesada Academia, la fría mecánica antes probada y reprobada. Cierra los ojos, sumérgete en la consciencia total, conéctate con tu alma que allí reside la verdad. Improvisá y creá lo que nadie creó, o lo que todos creamos. Ella no danza por el aplauso y para la crítica, ella danza para la sonrisa de quien la mira, la admira.
Ella se escondió. Las luces se apagan; ella bajó del escenario. El público se sube a los asientos para estar a su altura, aplaude devotamente y clama por más. Lloran algunos, otros se muerden los labios, incrédulos. Reina la sonrisa, los viejos odios de uno y cada uno son borrados. Cuando salen, el público se abraza en uno solo abrazo.
Pero esperá, no te vayas. Quiero decirte, mi amiga, cuánto te quiero, pero con las palabras no puedo. Vení, vamos juntos: bailemos.
¡Que danza y música, colores complementarios, socios infranqueables, se hermanen y que descifren totalmente la realidad! Bailen y líbrennos de los automatismos cotidianos; sumérjannos en estados de inconsciencia, de no saber, de levitación, de silencio, y que en ese silencio podamos encontrar lo que necesitamos expresar y no podemos. Danza porque así pacificas la guerra, borras las fútiles diferencias y nos conectas en nuestra profundidad más humana. Danza, mi hermosura, en cualquier parte, y contagia a todos cuantos puedas; reparte tu arte, tu felicidad, porque en ese acto recóndito estas salvando el mundo.
Desde lejos –si es que el espacio existe cuando bailás-, te veo subir a la escena. El espacio, las miradas, el tiempo y los latidos se doblan a tu alrededor, y giran frenéticamente, y bailan acompasadamente. Y ahí está, protagonista de un acto divino, religioso, suprasensible. Sabe que el rumor de su grandeza ha corrido por los rincones y que de todas partes vienen a adorarla. Digna reencarnación de Astarté, los espectadores presentes, que son todos los espectadores, se tuercen en sus asientos, se hincan y se agolpan. Danza, mi ídolo, y grabarás tu encanto en el recuerdo inmemorial. ¿Miran sus brazos serpentear, miran sus ojos hipnotizándonos, miran su cuerpo flameando? Se mezclan los colores en una secuencia confusa, harto estimulante. Corre, vuela, es libre y salta hacia lo más alto. Se balancea como el arco de un violín, zapatea como un tambor. Sus piernas dibujan en el telón el más admirable cuadro. La punta de sus dedos escribe en el tablado palabras nunca antes dichas, palabras que son música, danza y pintura. Las luces siempre saben quién es el iluminado; a ella la persiguen y la elevan en su belleza. Y todos la ven ahí, inalcanzable y eterna, construida con sabia arquitectura y precisa escultura. Danza, mi queridísima, y que el teatro entero se prenda fuego, danza aunque el mundo entero se prenda fuego. A vos nada te va a pasar, los artistas flotan sobre todos los demás y son protegidos como enviados celestiales. Olvida la predecible técnica, la interesada Academia, la fría mecánica antes probada y reprobada. Cierra los ojos, sumérgete en la consciencia total, conéctate con tu alma que allí reside la verdad. Improvisá y creá lo que nadie creó, o lo que todos creamos. Ella no danza por el aplauso y para la crítica, ella danza para la sonrisa de quien la mira, la admira.
Ella se escondió. Las luces se apagan; ella bajó del escenario. El público se sube a los asientos para estar a su altura, aplaude devotamente y clama por más. Lloran algunos, otros se muerden los labios, incrédulos. Reina la sonrisa, los viejos odios de uno y cada uno son borrados. Cuando salen, el público se abraza en uno solo abrazo.
Pero esperá, no te vayas. Quiero decirte, mi amiga, cuánto te quiero, pero con las palabras no puedo. Vení, vamos juntos: bailemos.