Biografía de Federico Nicolás Salvá:
(1991- cualquier año)
Nació el año en el que Mercury murió, el último día del mes de Juno, de Junio Bruto o de la juventud, debatiéndose, sin decidirse aún, entre la vida y la muerte; en un olvidado barrio de La Matanza, que no inocentemente tiene sangriento nombre.
Su vida cotidiana se desarrolla con los triunfos y las derrotas que sufre y goza cualquier otro. Fue el primogénito de un padre taxista, que pudo ser más si la traición y la falta de apoyo no lo hubieran atacado, y de una madre ama de hogar que sobre todo ama. Una familia de modesta clase media teñida por las consecuencias típicas de su clase; las mañanas cansablemente repetidas y el dinero justo y necesario. Una hermana sanguínea lo acompaña en esta solitaria vida. Su virtud es la belleza y la gracia actoral, pero las mediocridades y normalidades de la época todavía la dominan y no la dejan explotar. Reconoce que el peso de sus padres nunca fue aplastante. No sintió su motivación ni su condena. No digamos que siempre se sintió solo, sino libre e independiente.
Quince fueron los años en los que pasó su infancia y su juventud en el Instituto Juan Manuel de Rosas (espacio que su abuelo materno ha sabido construir en gran parte). Un inquieto comportamiento lo distinguió. En sus primeros años fue temido, pero luego desarrolló algunas astucias que lo hicieron famoso entre los suyos, despertando sentimientos de odio y amor parejos. Defendido y atacado, protegido y rechazado con la misma fuerza, la supervivencia lo ha llevado a desarrollar una personalidad pública y otra privada; un apodo y un nombre propio. La primera será nombrada por la gracia, la simpatía, la risa, la mentira, la verborragia, la poligamia, el cariño y el rechazo, las costumbres de los de su generación. La segunda; por la sinceridad, el silencio, la intimidad, la escritura y la lectura, el llanto, el culto a una sola mujer, el amor de los que lo conocen, el arte, el intelecto.
Prefiere el día a la noche, lo privado a lo público, la soledad a la compañía, el silencio al ruido, la escritura a la lectura, la risa al llanto, la caricia al golpe, ayudar a que lo ayuden, el odio a la indiferencia, lo anormal a la normalidad.
De Cortázar aprendió que no llegar a ser nunca un adulto es un logro, pero trae sus consecuencias; de Erikson, que quien tuvo una infancia prolongada es un virtuoso artística e intelectualmente, pero un inmaduro en materia de sentimientos. Se reconoce cobarde, profundamente tímido. Si es un líder, lo es silencioso y prefiere repartir el poder a centralizarlo. Se asquea de las personalidades de dictadorcito, macho alfa y líder. Prefiere la sugerencia a la orden.
Si se hubiese entrenado y el azar y el interés lo favorecieran, podría haberse dedicado al fútbol. Si el egoísmo lo hubiese dominado, sería abogado. Si hubiese sido constante, sería músico. Si soportara el aburrimiento y el silencio, podría haber sido psicólogo. Pero decidió dedicar su vida a una tarea más noble; decidió enseñar, liberar y contagiar. Sólo puede contagiar lo que ama y esto es la literatura.
A finales de la década del 10’ comienza a estudiar el profesorado de Castellano, Literatura y Latín en el Institutito Superior Joaquín V. González. Se destaca en literatura, filosofía, las monografías, análisis literario, la puesta en escena. En años anteriores recibe el diploma del Instituto de Cultural Inglesa. Los idiomas son, quizás, su punto intelectual más débil.
La gente lo desilusiona, pero jamás deja de confiar y de amar. Con los niños, los abuelos y los animales tiene un incondicional apego; el problema son los del medio.
Sus trabajos hasta el momento fueron pocos, pero disimiles. Ha sido peón de albañil en un caluroso verano; ha dado clases particulares a sus círculos cercanos. Ha cobrado entradas en festivales deportivos; ha trabajado en una oficina haciendo burocracia y multiplicando inútilmente papeles intrascendentes.
Su vida es una larga gimnasia de la inconstancia. Poco en ella se mantiene: la amistad o el amor de una mujer, el amor por la literatura o el arte y la simpatía por un club de fútbol.
Antes que la literatura ejerció la música bajo la forma de la guitarra y el piano. Fue un virtuoso en la primera y no se sabe muy bien qué en la segunda (la inconstancia fue llamativamente constante). Lo deleitan el arte del más grande músico: Mozart, la genialidad de Beethoven, la virtud de Bach, la pasión de Wagner, la velocidad de Paganini, la dulzura de Debussy y la ternura Yiruma. Por una mujer conoció el nacional tango; admira a los grandes. La música metal, el virtuosismo y su furia, lo ocupan cotidianamente.
El amor y el culto a la mujer son dos de sus ocupaciones más características. Los períodos de su vida fueron marcados y nombrados por nombres propios. Quizá ha amado solo a una mujer y, ya perdida, la busca en las demás.
Se dice que jamás ha tenido un día aburrido, ni siquiera un momento. Quien tiene alma de artista vive la vida con entusiasmo; ve cuadros en cada escena, escucha música en cada voz y danza en cada parpadeo. La sensibilidad y la desautomatización en la que lo entrenó el arte es el secreto de su felicidad íntima.
A la literatura no la conoció a través de la biblioteca de su padre, ni por la institución escolar, ni por ninguna de esas predilectas ilusiones. En el largo camino de frágiles identidades, imitaciones y admiraciones y reprobaciones que es la adolescencia, la amistad con su mejor rival y su amigo más parecido lo ha conducido a este descubrimiento. Los primeros libros que compró fueron Utopía de Tomás Moro y La Ilíada de Homero. El primero que leyó por su voluntad fue El anticristo de Nietzsche. Su propia literatura fue creada por la lectura de Borges, Virgilio, Camus, Rulfo, Saramago, Unamuno, Lovecraft, Poe, Kafka. A su pesar, por profunda ignorancia e imitación, prefiere el canon occidental y sus clásicos exponentes. De los contemporáneos reconoce las significativas habilidades de Auster y Berger. Su filosofía fue influenciada por Nietzsche, Sartre, Heidegger, Ortega y Gasset. Le fascinan el nombre de los presocráticos, de Platón, Foucault, Hegel, Freud, Schopenhauer, Kierkegaard.
Si hay un momento en el que un hombre se reconoce a sí mismo, Salvá lo experimenta cuando visita por primera vez la biblioteca Grand Splendid, a la edad de los 15 años. Más tarde sabría que un teatro había degenerado en biblioteca. A partir de este acontecimiento la actuación y la literatura se convierten en dos grandes pasiones diarias.
Se debate todos los días entre un destino mediocre o un destino de grandeza.